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Corazón tan blanco


Corazón tan blanco, de Javier Marías, es seguramente el mayor bestseller español en el mundo. A los 25 años de su aparición se dice que ha vendido 2.300.000 ejemplares y se ha traducido a 37 idiomas con presencia en 44 países. Todo comenzó con un artículo en el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung y un programa sobre libros en la televisión alemana, en el que su conductor llegó a afirmar algo a lo que sus contertulios asentían: “Creo que ésta es una novela que en la literatura europea contemporánea, en este momento, no tiene comparación”. No se trata, por lo tanto, de un fenómeno editorial, sino literario.


He de reconocer mi debilidad por la escritura de Javier Marías. Para expresar mi punto de vista tal vez me sea útil compararlo con otro escritor como Arturo Pérez Reverte, ambos académicos, ambos amigos, ambos articulistas de actualidad.



A Arturo le gusta documentarse a tope cuando escribe una novela; a Javier no creo que la labor de documentación le exija tanto. Y es porque, según creo, lo que preocupa a uno y otro es distinto: Javier se mueve muy bien por la mente de sus personajes, por el mundo de las emociones; Arturo por los hechos, la geografía, las situaciones. No es que éstas no existan para Javier. Lo que ocurre es que a continuación se pone a describir esto o aquello, te va embelesando con la flauta de Hamelín de su lenguaje, hasta que te acuerdas de que había una trama, pero sólo porque te lo recuerda él de pronto. Aunque, eso sí, la trama está calculada al milímetro. Luego está el tema de los protagonistas: Arturo quiere héroes, o heroínas, arquetípicos, capaces de lo mejor y lo peor de la condición humana que él aprendió a conocer en su trabajo como corresponsal de guerra; los personajes protagonistas de Javier son personas corrientes a los que una realidad que no controlan se les impone, son más cualquiera de nosotros mismos. En cuanto a la confección de sus novelas, veo a Pérez Reverte como un gran artesano del texto cuyas obras son el resultado de un trabajo constante y planificado, mientras que Marías seguramente depende más del duende y de momentos luminosos, aunque para merecerlos y organizar el regalo que nos es dado en la inspiración haya que estar ahí sentado, trabajando las horas que hagan falta.


Pero quería hablar de Corazón tan blanco. Lo mejor, tal vez, sea reproducir su comienzo, tan mencionado: “No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre». ¿Qué la llevó a ello? ¿Quién es el que nos habla, el que nos cuenta la historia?


Desde el punto de vista de los hechos (que ya dije, no es lo único por lo que vale la pena leer a Javier Marías), el libro consiste en lo que resta hasta que los interrogantes que plantea este comienzo encuentran solución.

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