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Con flores a María


Quien más y quien menos ha oido hablar del típico señorito andaluz, personaje que representaba, o sigue representando, lo peor de Andalucía y por extensión de España. Después de leer su novela, “Con flores a María”, dudo que pueda mejorarse la descripción que Alfonso Grosso nos da de dicho especimen. Es sobre todo en la segunda parte de dicha novela donde el autor, abandonando la narración en tercera persona, hace que el propio personaje nos vaya desvelando sus sentimientos más íntimos y, en definitiva, la visión de la vida propia de lo que llamaríamos un señorito andaluz. Así el lector puede hacerse cargo de lo que dicho ejemplar tiene de esperpento aunque, desgraciadamente para nuestra autoestima como andaluces y españoles, no de irreal.


Un aspecto fundamental en relación con este tipo humano y su pervivencia es sin duda la impunidad de la que goza en sus actos o mejor, podríamos decir, en sus excesos. Dicha impunidad le venía ya tradicionalmente por el mero hecho de pertenecer a la clase terrateniente, pero con la victoria de Franco en la guerra civil va a adquirir unas características especiales que el propio personaje nos pone de manifiesto.



Así, hablando de un banderillero, antiguo protegido de su padre: “Hace ya muchos años cuando yo, por una de esas locuras de la juventud, quemé una caseta de la feria de abril, se prestó como testigo falso para culpar a un pelao y me ahorró una noche de calabozo y unos meses de cárcel.” Y, en otra ocasión, refiriéndose a su querida: “Vuelvo a pensar en Luisa. No la creo capaz de una infidelidad durante estos días de separación [su viaje al Rocío]. Entre otras cosas porque yo le doy como hombre todo lo que pueda apetecer… Luisa sería incapaz de engañarme no solo por eso, claro es, sino porque se juega demasiado: vivienda protegida – que se la quitaría rápido el gobernador-, problemas de plena ciudadanía – de los que se encargaría el jefe superior de policía- y que le impedirían rehacer su vida, a nivel de todo el territorio español. Y extranjero, porque el pasaporte le sería denegado por razones políticas, un pretexto que nos sirve para todo, desde defenestrar a nuestros enemigos a aplicar a cualquier pelao la ley de vagos y maleantes, sin contar con la de fugas, de ser preciso. Celos, pues, olvidados. Me tranquilizo.”


Sin intención de destripar la trama, quisiera finalmente comentar que el pudor narrativo con el que Grosso trata el episodio más terrible, no colocándolo conscientemente como el epicentro de la narración sino solo mediante alusiones intermitentes, se corresponde curiosamente con el interés íntimo del protagonista por considerarlo como algo no central en su vida sino como una más de las cosas que pasan, quitándole la importancia que realmente tiene y así borrar su culpa. Cosa que, por cierto, no consigue del todo ante su conciencia. Pero claro, ante la ley humana, el señorito no es responsable y por lo tanto no responde.

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